INSTITUCIÓN EDUCATIVA SIMÓN BOLÍVAR - POMACANCHI (ACOMAYO - CUSCO-PERÚ)

06 octubre 2010

BOLÍVAR DESPIERTA CADA CIEN AÑOS




Escrito por: MARIO ILLAPA MAYHUA QUISPE
Docente de Literatura y Filosofía
I.E. Simón Bolívar de Pomacanchi


Juan José Vega Bello, valiosísimo y reconocido historiador, identificado con la causa de nosotros los vencidos pero no rendidos, sostuvo que Bolívar era una de las figuras más calumniadas de la etapa republicana. En ese sentido, el libro: “Bolívar, Libertador y Enemigo Número 1 del Perú”, de Herbert Morote (2007), lo confirma sobradamente.

Toda la responsabilidad, del gran fracaso que representa la república llamada Perú, no es de la ‘boba y traidora’ clase gobernante criolla, claro que no. Toda la culpabilidad, de las mutilaciones, desgracias y las penas del Perú, no son de los propios peruanos, de aquéllos que tuvieron y tienen el poder político y económico, no, de ninguna manera. El único responsable y culpable número 1 es la ambición, seducción, dictadura y tiranía de Simón Bolívar. Extraordinaria e inmejorable conclusión de un histriónico historiador: Herbert Morote, que desde Madrid, desde la capital de “su” madre patria, escribe para salvarnos del “renacimiento bolivariano”, y en defensa de ‘su’ sacrosantísima ‘democracia’ peruana.
Por nuestra parte, después de haber leído casi toda la bibliografía sobre Bolívar, nos reafirmamos en lo que Neruda dijo de él: “Bolívar despierta cada cien años, cuando despierta el pueblo”.



LA “CAMPAÑA ADMIRABLE”

El año 1814 fue particularmente adverso para la causa de la revolución sudamericana. En el sur, fracasaron las expediciones dirigidas de Argentina al Alto Perú; el ejército libertador de Chile fue derrotado. El empuje inicial de la lucha que en el Cusco organizan y dirigen los hermanos Angulo y Pumacahua, declina para llegar a su fin en marzo de 1815 en las breñas de Umachiri. Allí fue fusilado el poeta y patriota Mariano Melgar.

Sólo un hombre de gran visión y coraje pudo, en medio de tantas adversidades, mantener la fe y preparar un vasto plan de operaciones, que para muchos parecía una locura. ¿En qué consistía ese plan? En llevar adelante los hechos quizás más extraordinarios de su extraordinaria acción política: convocar a un Congreso Nacional, establecer un gobierno constitucional; cruzar los Andes y libertar a la Nueva Granada; crear la República de Colombia y preparar el golpe definitivo para acabar con la dominación española en Sudamérica. Ése hombre era Simón Bolívar.

Al salir de Venezuela, en 1814, formula una hermosa proclama: “Yo os juro que LIBERTADOR o MUERTO, mereceré siempre el honor que me habéis hecho; sin que haya potestad humana sobre la tierra que detenga el curso que me he propuesto seguir… ¡Dios concede la victoria a la constancia!”.



BOLÍVAR EN PERÚ

Bolívar llega a Lima en 1823, aceptando la solicitud que le había cursado el Congreso peruano. Queda investido como la máxima autoridad militar, y con las facultades políticas necesarias para llevar adelante la guerra y lograr la independencia. Agradeció al Congreso la confianza que en él depositaba, asegurando la victoria con estas enfáticas palabras: “Los soldados libertadores que han venido (…), no volverán a su patria sino cubiertos de laureles, pasando por arcos triunfales, llevando por trofeos los pendones de Castilla. Vencerán y dejarán libre el Perú, o todos morirán. Señor, yo lo prometo”.

Un viajero inglés, que se hallaba entonces en la capital del Rímac, describió así al Libertador: “Es hombre muy delgado y pequeño, con aspecto de gran actividad personal; su rostro es agraciado, pero arrugado por la fatiga y la ansiedad. El fuego de sus vivaces ojos negros es muy notable. Tiene grandes bigotes y cabello negro y encrespado. Después de muchas oportunidades de verle, puedo decir que nunca encontré rostro que diera idea más exacta del hombre. Intrepidez, resolución, actividad, astucia y espíritu perseverante y resuelto se marcaban en todos los movimientos de su cuerpo”.

Desde su arribo a nuestra patria, Bolívar, con certero golpe de vista, comprende que en la región de la sierra se encuentra la clave de la victoria y para tal efecto se dirige a los Andes, donde entrena a sus tropas. Sus soldados deberán tener las condiciones de un puma para saltar entre las peñas, porque en ese medio se va a llevar a cabo la guerra.

A Bolívar, estando con su salud muy quebrantada, lo visita José Joaquín Mosquera, ministro de la Gran Colombia. Hablan sobre el estado de la guerra y los casos de traiciones, indisciplinas, deserciones, penuria económica y desaliento en las poblaciones. Frente a esta desoladora situación, Mosquera le interroga: “¿Y qué piensa usted hacer ahora?”. Bolívar se incorpora y con voz débil y cavernosa, sus labios afiebrados, le responde: “¡TRIUNFAR!”.

Era la fe característica de Bolívar que se encendía en las mayores dificultades. Así como aquella vez del terremoto que tuvo lugar en Caracas en 1812, cuando pronunció su famosa frase: “Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”.



IDEAL INTEGRACIONISTA BOLIVARIANO

“Una debe ser la patria de todos los americanos”, fue la fundamental consigna de Bolívar.

En la Carta de Jamaica, en 1815, plantea y argumenta la necesidad y la posibilidad de la integración continental. En tal sentido, Bolívar fundó la República de la Gran Colombia, ejemplo práctico de integración hispanoamericana, formada por las actuales naciones de Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá.

Antes de retirarse del Perú y afrontar el inexorable desmoronamiento del proyecto Gran Colombiano, Bolívar quiso concretar su ideal de unidad de los pueblos americanos y dedicó su mayor esfuerzo a reunir en Panamá un Congreso que él denominó Anfictiónico, que pretendía sumar a los nuevos Estados de América Latina en una sola Federación. Sin embargo, la Asamblea (del 22 de junio al 15 de julio de 1826) no celebró más que algunas sesiones y luego se disolvió, pues en vez de contribuir a la apertura de un nuevo sendero en la historia latinoamericana -como lo esperaba el Libertador- la Asamblea significó un fracaso y una frustración.

¿Y cuál fue el talón de Aquiles de aquel proyecto bolivariano? Era que se basaba en un movimiento de minorías, los criollos; incapaz de recurrir a las masas populares por temor a desatar un proceso que llevara la revolución más allá de lo que ellos se proponían. La insurrección de Túpac Amaru en el sur andino y la rebelión de los esclavos negros en Haití eran presencias recientes que ponían límites muy definidos a los arrestos revolucionarios de las élites ilustradas criollas. Él tenía conciencia de los límites de la angosta cornisa en que su proyecto se movía: “nosotros somos un pequeño género humano, poseemos un mundo aparte, no somos europeos, no somos indios sino una especie media entre los aborígenes, los legítimos propietarios del país, y los usurpadores españoles. Americanos por nacimiento, y europeos por derechos (…); así, nuestro caso es el más extraordinario y complicado”. (Discurso de Angostura, 1819).



BOLÍVAR Y LA EDUCACIÓN

Muchas fueron sus iniciativas a favor de la educación. Sin embargo, ¿cuál era el ideal que alentaba Bolívar en la educación? Para éste, el fin de la educación no consiste principalmente en formar profesionales, ni guerreros, ni estadistas, sino: “Formar el espíritu y el corazón de la juventud”. Antes de inteligentes pedantes o académicos sabihondos, hay que orientar a los niños y adolescentes por los sentimientos del bien, la bondad y la solidaridad humana. Hay que hacer hombres. “Educar es crear voluntades”, afirmaba Bolívar.

Además, anticipándose a la pavorosa crisis moral de nuestros días, Bolívar dice: “El poder sin probidad es un azote”. Pocos estadistas han tenido como Bolívar tanta preocupación por vincular la moral con la política. Por eso, en el Congreso de Angostura, propuso el cuarto Poder, el Moral. Enfáticamente afirma: “Moral y luces son los polos de una República, moral y luces son nuestras primeras necesidades”. Por haberse olvidado esas luminosas enseñanzas, en algunas repúblicas por él libertadas, hoy comprobamos dolorosamente la quiebra moral, que todo lo corrompe y prostituye, favoreciendo el enriquecimiento ilícito de quienes van a la función pública con el impúdico propósito de servir sus intereses, en grave perjuicio de la nación y dando un degradante ejemplo a la juventud.

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